FOTOLIBERTAD 2011.

FOTOLIBERTAD 2011.
Alguna gente sabe
 Por Alva Daniela Escobar Juárez *
Estar indignado es amar en la más completa obscuridad
Javier Álvarez

En este tramo de la línea dos del metro, en domingo, a esta hora, suben y bajan más vendedores que pasajeros. Hoy que hace tanto calor, más que de costumbre, agradezco que los vagones estén casi vacíos. Evitar ver a las otras personas es necesario, como si temiéramos que hasta las miradas pudieran contribuir al incremento de la temperatura hasta volver el ambiente asfixiante.

Después del desfile de productos variados, acompañado de la ya común indiferencia colectiva hacia los vendedores, entra un señor que llama mi atención. Vende chicles, de esos que sí hacen bombas. Hace mucho que no mastico uno de verdad, pienso, mientras la gente se mantiene estática, viendo hacia la nada. Ni un solo gesto de interés, nadie parece preguntarse si ha vendido algo ya, si tendrá para comer hoy, si llevará algo de dinero a casa.

Pasa frente a mí sin notar que estoy buscando algo de cambio, pues está concentrado en una viejecita sentada como a un metro a mi derecha. Tiene la mirada triste, como si hubiera pasado por una vida difícil, tan vulnerable en aquel rincón. El hombre se le acerca, saca de la bolsa de su camisa un billete de $20.00 y se lo da: – Guárdalo madrecita, por cualquier cosa, guárdalo, anda, – le dice mientras sonríe. Se va alejando y le hace señas de que se ven “a la vuelta”, como si la conociera desde siempre. Ella lo guarda un poco confundida pero en ningún momento lo rechaza, no parece haberla ofendido, solo luce desconcertada. Lleva un suéter en buenas condiciones, su ropa no está sucia ni roída, pero tampoco viste con nada lujoso. No se puede saber si ese dinero le hace falta más que a él.

Me imagino que ciertas personas de alguna manera se dan cuenta si el prójimo necesita ayuda, como si alguien mandara un mensaje directo a Dios y este se lo reenviara a cualquiera que estuviera cerca. A algunos nunca les llega, y si les llega lo ignoran, han aprendido muy bien a hacerlo.

Por fin encuentro unas monedas, pero no lo hago a tiempo, llegamos a la estación Chabacano y el señor se baja rápidamente, no sin antes voltear a ver por última vez a la señora, imagino que ella le regala la más dulce sonrisa. Sí, alguna gente sabe.

·         Integrante del taller de narrativa del ITC 
Los monstruos del bosque.
Porfirio Gómora Arrati
Aquella tarde, atrás de la casa, un gran bosque con árboles de troncos gruesos y largos, cubrían la casa con su sombra. Había nubes negras y espesas, de esas que dejan caer grandes gotas y granizos como pelotas, que si te pegan en la cabeza, no te salvas por lo menos de un chichón.

Mi abuela me dijo  -¡Güero! ¡Ve por los animales! ¡Los traes y amarras, ya es tarde, que viene el agua!- 
Siempre he sido pequeño, a los niños de mi edad los veía pa’ arriba, así que fui corriendo entre los árboles, sin  encontrar a las bestias, por lo que los seguí buscando hasta el otro lado, donde están las milpas de los vecinos. Llegué al sembradío de Don Remigio, la lluvia y las piedras de hielo golpeaban las hojas del maíz, haciendo fuertes tronidos. No se veía nada,  todo estaba borrascoso, la tierra y la hierba mojados. Era inútil, los animales no se veían entre el maizal. Aun así, camine como media parcela, en ese momento distinguí una amenazante sombra, que venía muy rápido hacia mí.
Mis pequeños ojos se abrieron enormes, no podía creer que estuviera en el camino de un engendro, que emergía de la noche sombría  y lluviosa. Sus pasos retumbaban con estruendosos ruidos, me quede paralizado del pavor, tanto que ya no sentía ni el frio de la tormenta, ni los golpes de la granizada. Ahí estaba yo, mudo e inmóvil, viendo como se acercaba aquella densa oscuridad, que resollaba y apaleaba las plantas de maíz.

Entonces, di media vuelta y corrí hacia el bosque, la negrura no me permitía ver donde iba y cada paso que daba parecía que avanzaba muy poco. Aquel enorme monstruo lo sentía cada vez más cerca. Aceleré la carrera y me caí hacia un lado, con pánico vi como pasaron dos horribles bestias inmensas muy cerca, casi pisándome los pies. De pronto vi una silueta negra y larga corriendo, que tropezó conmigo y sentí que algo muy pesado me cayó encima. Ya no aguanté más y lloré a gritos, entonces aquel ser me levantó preguntándome
-¿Quién demonios eres tú, que haces aquí?-
-Soy el Güero- le contesté llorando, mientras mis lágrimas resbalaban por mi  cara triste de apenas cinco años.  
Era el dueño de aquel maizal y muy enojado me regañó
-¡Pos ora mismo, le digo a la doña que me pague la siembra que se comieron tus vacas!-
En ese instante, a lo lejos se escuchó un trueno y una luz blanca iluminó los árboles y las bolitas de agua;  yo ya le temía a las monstruosas vacas, pero allí me pareció ver,  bajo el altar de la casa,  con las veladoras encendidas a los santos, la siniestra figura de mi abuela con la mirada fría, la cara plagada de arrugas, que irradiaba amargura, odio y furia. El chal sobre los hombros encima del vestido negro, empuñando el garrote con fuerza.
El terror que me  que inspiraba aquella anciana  fue más fuerte aún que el que pudiera darme  cualquier monstruo. Así que todavía  llorando  corrí hacia las bestias oscuras,  agarrando una rama que agite como vara  para arriar a las vacas hacia el  establo.


ASALTO A LA MEMORIA
Antonio Corichi Barceinas

La élite científica se arremolinaba en el vestíbulo esperando ansiosa la llegada del Doctor en Ciencias Antoine de la Croix al Palais des Congrés. Hombre de altura sobresaliente, arrogante y excéntrico, de rostro anguloso con rasgos marcados como a cincel, con una mirada aguda e impertinente, casi despectiva. Se le reconocía como uno de los mejores investigadores contemporáneos a nivel mundial, su prestigio era legendario y lo colocaba entre los investigadores más renombrados del planeta. Rumores entre la selecta concurrencia, aseguraban que estaba desarrollando una investigación referente al cerebro humano.

—Ha llegado de la Croix —murmuró el maestro Aldo Espinoza, mientras buscaba con la mirada atenta un buen lugar al frente del recinto—. He seguido su investigación muy de cerca.
—Te puedo asegurar que yo tengo un trabajo muy similar, aunque la fama es la fama —respondió su compañero Ichiro Tokusawa, simulando una sonrisa desdeñosa, mientras se acomodaban en las mullidas butacas de terciopelo gris.

Cuando el Doctor Antoine ocupó su lugar en la mesa de presentación, saludó con un gesto forzado a sus colegas, acompañado de su inseparable colaborador, el Maestro Roderick Le Corbain. Todo lo contrario de su mentor, este intelectual era pequeño y regordete, con ojos expresivos de un gris muy claro, de nariz afilada y voz nasal. Era un personaje chocante a la vista, sin embargo su disponibilidad para el trabajo era proverbial. Nadie fuera del Instituto Francés de Ciencias lo sabía, pero en verdad él y su maestro hacían una pareja ideal, si bien su relación a ratos se volvía tirante, porque era una lucha de egos, la cual si no fuera por el desarrollo de la investigación, podría haber acabado en el asesinato de uno de los dos. Aunque ciertamente, esos cerebros se complementaban de una manera casi prodigiosa, pues adivinaban uno el pensamiento del otro.

 “Ahora…—continuó el Doctor de la Croix con clara emoción en su voz—. He programado para esta ocasión tan importante para el desarrollo científico…, titubeó levemente como si recordara algo de manera fortuita o tal vez instigado por una mirada furibunda de parte de su colega, que no pasó desapercibida para las primeras filas  en el recinto.

Ejem..Hemos programado de una manera especial una computadora, la cual gracias a un rayo láser, al usarlo como una aguja hipodérmica, puede acceder a los conocimientos de cualquier individuo —mientras explicaba este procedimiento, volteó a ver al Maestro Roderick, quien aún molesto por lo que para él había sido un desdén a su insuperable capacidad, de inmediato entendió la señal y abrió con presteza una laptop a todas vistas normal, a no ser porque emergió de ella una delgada antena, la cual mostraba en la punta una tenue luz roja, que parpadeaba, oscilando rápidamente en giros de 360 grados.

—Ahora, el Maestro Le Corbain les va a mostrar a dos conejillos de Indias; al primero se le ha adiestrado para salir de un laberinto y el otro desconoce por  completo esta prueba —añadió De La Croix con aire satisfecho y sin dejar de vigilar con cierta desazón a Monsieur Le Corbain.

Al momento de entrar a la caja transparente, el conejillo amaestrado, de un blanco nieve, demostró conocer a la perfección este ejercicio, salió del laberinto sin mayor problema, sin toparse ni mostrar un segundo de duda al caminar. Todos estos movimientos eran seguidos atentamente por los asistentes en las grandes pantallas al frente del recinto.

El segundo conejillo, de color café terroso se mostró indeciso, como  desconcertado, pues trataba de empujar las pequeñas paredes de acrílico y olisqueaba temeroso.

Los estudiosos, atentos a las complicaciones que enfrentaba el segundo animalito, no se dieron cuenta del momento en que el maestro Roderick tecleaba con destreza en la computadora portátil, pero si intuyeron lo que estaba por suceder cuando el laser se dirigió al animal blanco, el cual al entrar en contacto con el rayo respingó levemente.

Luego, Le Corbain volvió a colocar con sumo cuidado, el espécimen de laboratorio a la entrada de la caja transparente. El cobayo que en la primera sesión había mostrado habilidades insuperables para salir del laberinto, ahora se veía indeciso, vacilante y por completo perdido. En cambio, el otro roedor, el de color café al contrario, cuando fue a su vez tocado por el rayo laser emitido desde la laptop, al realizar de nuevo la prueba, ahora se le veía correr por el laberinto con seguridad y confianza.

El auditorio de inmediato se cimbró con las preguntas de los investigadores. Sin querer atender uno por uno los cuestionamientos del público, el Doctor de la Croix con una mirada helada dirigida a sus colegas y un ademán autoritario de su  mano derecha, acalló al recinto por completo.

—Señores —continuó el Doctor Antoine con un aire insufrible de superioridad—Déjenme explicarles  un poco mejor este estudio, aún no lo tenemos terminado, pero, contestaré hasta dónde me sea posible sus dudas. El laser lo desarrollamos para introducirnos de manera específica al tallo del cerebro con una graduación exacta, fue una parte tediosa del estudio porque cercenaba o quemaba el tejido de los sujetos, pero finalmente logramos la graduación que sirve para extraer conocimientos, recuerdos y hasta sentimientos de un individuo y trasmitirlos al  cerebro de otro, al momento que se quiera, ya que no es un trasplante de órgano y por lo tanto, no se deteriora ni se tiene que  mantener en refrigeración.

En base a todo esto, consideramos que este descubrimiento usado de forma adecuada puede permitir una buena relación entre dos especies que comúnmente no la tengan, incluso adiestrar a un perro lo cual se logrará con un simple presionar de teclas. La información puede otorgarse vía satélite, con una llamada telefónica o vía internet.

—Ahora sí, los escucho colegas —dijo con una actitud condescendiente mientras levantaba una de sus cejas y miraba a los otros intelectuales como si le hablara a niños de preescolar.

—¿Se han hecho estudios en otras especies? ¿Qué resultados han obtenido? ¿Qué secuelas han detectado? —replicó de inmediato uno de los presentes, esperando con ansia antes su cuestionamiento.

—¡Claro!... mmmjm…—respondió, evidentemente molesto el Doctor—. Perdón, pero esperaba preguntas referentes al laser, es obvio que ya hemos trabajado con otras especies —hizo una pausa mientras veía como el Maestro Roderick sonreía triunfal y retador—. Por ejemplo, hemos trabajado con simios pero si no los trajimos al Palais des Congrés es porque ustedes mismos saben lo difícil que es trabajar en este espacio con monos, se estresan con las multitudes y hubiera sido necesario más espacio…en fin: el Maestro Le Corbain les hablará mejor sobre esa parte del estudio. Adelante Maestro…

Por su parte, Roderick Le Corbain pareció resurgir en ese momento, respiró profundamente, sacando el pecho, se puso de pie muy despacio, elevándose lo más que pudo sobre sus talones para parecer más alto, al momento que se acomodaba innecesariamente sus gastadas gafas.

—Gracias Doctor de La Croix —dijo con un acento de suficiencia—. La investigación aún no se concluye, pues hasta ahora, el último avance de este proyecto ha sido para lograr condicionar a una vaca para que se alimente de ciertos pastos, para mejorar la calidad de su producción láctea; pero estamos seguros de que se puede aplicar posteriormente  a los tiburones asesinos y serpientes venenosas, para que no ataquen al hombre y así podríamos seguir determinando sus ventajas. Aunque por supuesto, ya hemos considerado el Doctor de la Croix y un servidor que este trabajo pueda tener detractores como en su momento pasó con la clonación animal –cuando dijo esto, volteó a ver al maestro de una manera casi retadora, mientras su mentor le sostenía la mirada con una actitud desdeñosa que demostró a la vista de todos que esa relación profesional se deterioraba cada vez más—. Y reafirmando las declaraciones del Doctor de la Croix, reitero ante ustedes: no hay pruebas de que el hombre se haya clonado y referente a esta investigación, no hay aún planes para aplicarla al ser humano, no es viable…al menos por ahora…

De repente, sin aviso alguno en el abarrotado recinto, potentes rayos laser colocados estratégicamente desde quién sabe a qué horas en las paredes del auditorio comenzaron a dirigir sus ojos rojos hacia los investigadores. Todos se veían extrañados, se oyeron algunas risitas nerviosas, como si se tratara de una broma de muy mal gusto. Mientras, Le Corbain se colocaba con parsimonia frente a la computadora y con una sonrisa que se antojaba de venganza, tecleaba incesantemente…



Una hora después, el auditorio se cimbraba con el inconfundible sonido de sirenas y patrullas.
—¡Alerta! ¡Alerta! ¡A todas la unidades policiacas cercanas a la Plaza Vêndome, requerimos ambulancias! ¡Sistemas de rescate esta es un alerta general! No entrar sin equipo anti terrorista, repito, imposible entrar sin equipo anti terrorismo no se han reportado indicios de contagio o se trate de un tipo de gas —. Se escuchó por la radio de todas las patrullas de la ciudad la potente voz del Comandante Pascal.

—Monsieur, explíqueme usted ¿Cómo está eso de que los científicos muestran una conducta extraña? —Gruñó el comandante en jefe a uno de sus subordinados—  Si es tan amable de ponerme al tanto del proceso que han realizado en este percance. Mientras decía esto, apretaba el radio como si quisiera deshacerlo.
—Sí mi comandante —dijo el policía en automático, acostumbrado a los arranques de ira de su jefe—. Tal como le dije...los guardias a cargo dicen que vieron salir a un científico, a un elegante caballero, al parecer se refieren a Monsieur maestro  Roderick Le Corbain, llevaba en las manos una laptop, dijo algo sobre tener que cambiarla o algo así, que la verdad no le pusieron mucha atención. Después de un rato, empezaron a salir algunos de los asistentes y al verlos preguntaban dónde estaban, quiénes eran; fue cuando se dieron cuenta los guardias de que algo raro había sucedido. Al entrar, algunos se quejaron de dolores de cabeza, todos se veían entre sí como desconocidos y ahora como lo ve usted señor, llevan así un buen rato, como zombies.

*****
Pasadas algunas semanas, en un poco común día de descanso, el Comandante Pascal veía por la televisión acerca de una cura milagrosa a las personas con problemas de déficit de atención o aquellos con incapacidad de concentración y donde se prometía que con una aplicación de laser prácticamente se volvían genios. Es decir, que, este tipo de “inyecciones” milagrosas eran contadas y que había que contactarse para obtener una cita con el Doctor Roderick Le Corbain…

—…Le Corbain —al Comandante Pascal le daba vueltas este nombre en la cabeza. ¿Dónde lo había oído antes?
—Roderick Le Corbain…¡Qué más da! ¿Yo qué voy a saber de esas cosas de científicos y de investigadores? —murmuró para sí Pascal mientras mordía con hastío su pizza ya fría y daba un sorbo de vino corriente. ¿Pero y si…pudiera lograr estudios avanzados de criminalística con una simple “inyección”?
—Apuntaré el teléfono por si acaso —pensó el policía en jefe mientras trataba de buscar un trozo de papel y una pluma en unos de los cajones de su revuelto escritorio.