ASALTO A LA MEMORIA
Antonio
Corichi Barceinas
La
élite científica se arremolinaba en el vestíbulo esperando ansiosa la llegada
del Doctor en Ciencias Antoine de la Croix al Palais des Congrés. Hombre de
altura sobresaliente, arrogante y excéntrico, de rostro anguloso con rasgos
marcados como a cincel, con una mirada aguda e impertinente, casi despectiva. Se
le reconocía como uno de los mejores investigadores contemporáneos a nivel
mundial, su prestigio era legendario y lo colocaba entre los investigadores más
renombrados del planeta. Rumores entre la selecta concurrencia, aseguraban que
estaba desarrollando una investigación referente al cerebro humano.
—Ha
llegado de la Croix —murmuró el maestro Aldo Espinoza, mientras buscaba con la
mirada atenta un buen lugar al frente del recinto—. He seguido su investigación
muy de cerca.
—Te
puedo asegurar que yo tengo un trabajo muy similar, aunque la fama es la fama —respondió
su compañero Ichiro Tokusawa, simulando una sonrisa desdeñosa, mientras se acomodaban
en las mullidas butacas de terciopelo gris.
Cuando
el Doctor Antoine ocupó su lugar en la mesa de presentación, saludó con un
gesto forzado a sus colegas, acompañado de su inseparable colaborador, el Maestro
Roderick Le Corbain. Todo lo contrario de su mentor, este intelectual era
pequeño y regordete, con ojos expresivos de un gris muy claro, de nariz afilada
y voz nasal. Era un personaje chocante a la vista, sin embargo su disponibilidad
para el trabajo era proverbial. Nadie fuera del Instituto Francés de Ciencias lo
sabía, pero en verdad él y su maestro hacían una pareja ideal, si bien su
relación a ratos se volvía tirante, porque era una lucha de egos, la cual si no
fuera por el desarrollo de la investigación, podría haber acabado en el
asesinato de uno de los dos. Aunque ciertamente, esos cerebros se
complementaban de una manera casi prodigiosa, pues adivinaban uno el pensamiento
del otro.
“Ahora…—continuó el Doctor de la Croix con
clara emoción en su voz—. He programado para esta ocasión tan importante para
el desarrollo científico…, titubeó levemente como si recordara algo de manera
fortuita o tal vez instigado por una mirada furibunda de parte de su colega,
que no pasó desapercibida para las primeras filas en el recinto.
—Ejem..Hemos programado de una
manera especial una computadora, la cual gracias a un rayo láser, al usarlo
como una aguja hipodérmica, puede acceder a los conocimientos de cualquier
individuo —mientras explicaba este
procedimiento, volteó a ver al Maestro Roderick, quien aún molesto por lo que
para él había sido un desdén a su insuperable capacidad, de inmediato entendió
la señal y abrió con presteza una laptop a todas vistas normal, a no ser porque
emergió de ella una delgada antena, la cual mostraba en la punta una tenue luz
roja, que parpadeaba, oscilando rápidamente en giros de 360 grados.
—Ahora,
el Maestro Le Corbain les va a mostrar a dos conejillos de Indias; al primero
se le ha adiestrado para salir de un laberinto y el otro desconoce por completo esta prueba —añadió De La Croix con
aire satisfecho y sin dejar de vigilar con cierta desazón a Monsieur Le
Corbain.
Al
momento de entrar a la caja transparente, el conejillo amaestrado, de un blanco
nieve, demostró conocer a la perfección este ejercicio, salió del laberinto sin
mayor problema, sin toparse ni mostrar un segundo de duda al caminar. Todos
estos movimientos eran seguidos atentamente por los asistentes en las grandes
pantallas al frente del recinto.
El
segundo conejillo, de color café terroso se mostró indeciso, como desconcertado, pues trataba de empujar las
pequeñas paredes de acrílico y olisqueaba temeroso.
Los
estudiosos, atentos a las complicaciones que enfrentaba el segundo animalito,
no se dieron cuenta del momento en que el maestro Roderick tecleaba con destreza
en la computadora portátil, pero si intuyeron lo que estaba por suceder cuando
el laser se dirigió al animal blanco, el cual al entrar en contacto con el rayo
respingó levemente.
Luego,
Le Corbain volvió a colocar con sumo cuidado, el espécimen de laboratorio a la
entrada de la caja transparente. El cobayo que en la primera sesión había
mostrado habilidades insuperables para salir del laberinto, ahora se veía
indeciso, vacilante y por completo perdido. En cambio, el otro roedor, el de
color café al contrario, cuando fue a su vez tocado por el rayo laser emitido
desde la laptop, al realizar de nuevo la prueba, ahora se le veía correr por el
laberinto con seguridad y confianza.
El
auditorio de inmediato se cimbró con las preguntas de los investigadores. Sin
querer atender uno por uno los cuestionamientos del público, el Doctor de la
Croix con una mirada helada dirigida a sus colegas y un ademán autoritario de
su mano derecha, acalló al recinto por completo.
—Señores
—continuó el Doctor Antoine con un aire insufrible de superioridad—Déjenme
explicarles un poco mejor este estudio,
aún no lo tenemos terminado, pero, contestaré hasta dónde me sea posible sus
dudas. El laser lo desarrollamos para introducirnos de manera específica al
tallo del cerebro con una graduación exacta, fue una parte tediosa del estudio
porque cercenaba o quemaba el tejido de los sujetos, pero finalmente logramos
la graduación que sirve para extraer conocimientos, recuerdos y hasta
sentimientos de un individuo y trasmitirlos al
cerebro de otro, al momento que se quiera, ya que no es un trasplante de
órgano y por lo tanto, no se deteriora ni se tiene que mantener en refrigeración.
En
base a todo esto, consideramos que este descubrimiento usado de forma adecuada
puede permitir una buena relación entre dos especies que comúnmente no la tengan,
incluso adiestrar a un perro lo cual se logrará con un simple presionar de
teclas. La información puede otorgarse vía satélite, con una llamada telefónica
o vía internet.
—Ahora
sí, los escucho colegas —dijo con una actitud condescendiente mientras levantaba
una de sus cejas y miraba a los otros intelectuales como si le hablara a niños
de preescolar.
—¿Se
han hecho estudios en otras especies? ¿Qué resultados han obtenido? ¿Qué
secuelas han detectado? —replicó de inmediato uno de los presentes, esperando
con ansia antes su cuestionamiento.
—¡Claro!...
mmmjm…—respondió, evidentemente molesto el Doctor—. Perdón, pero esperaba
preguntas referentes al laser, es obvio que ya hemos trabajado con otras
especies —hizo una pausa mientras veía como el Maestro Roderick sonreía
triunfal y retador—. Por ejemplo, hemos trabajado con simios pero si no los
trajimos al Palais des Congrés es porque ustedes mismos saben lo difícil que es
trabajar en este espacio con monos, se estresan con las multitudes y hubiera
sido necesario más espacio…en fin: el Maestro Le Corbain les hablará mejor
sobre esa parte del estudio. Adelante Maestro…
Por
su parte, Roderick Le Corbain pareció resurgir en ese momento, respiró
profundamente, sacando el pecho, se puso de pie muy despacio, elevándose lo más
que pudo sobre sus talones para parecer más alto, al momento que se acomodaba innecesariamente
sus gastadas gafas.
—Gracias
Doctor de La Croix —dijo con un acento de suficiencia—. La investigación aún no
se concluye, pues hasta ahora, el último avance de este proyecto ha sido para lograr
condicionar a una vaca para que se alimente de ciertos pastos, para mejorar la
calidad de su producción láctea; pero estamos seguros de que se puede aplicar
posteriormente a los tiburones asesinos
y serpientes venenosas, para que no ataquen al hombre y así podríamos seguir
determinando sus ventajas. Aunque por supuesto, ya hemos considerado el Doctor
de la Croix y un servidor que este trabajo pueda tener detractores como en su
momento pasó con la clonación animal –cuando dijo esto, volteó a ver al maestro
de una manera casi retadora, mientras su mentor le sostenía la mirada con una
actitud desdeñosa que demostró a la vista de todos que esa relación profesional
se deterioraba cada vez más—. Y reafirmando las declaraciones del Doctor de la
Croix, reitero ante ustedes: no hay pruebas de que el hombre se haya clonado y
referente a esta investigación, no hay aún planes para aplicarla al ser humano,
no es viable…al menos por ahora…
De
repente, sin aviso alguno en el abarrotado recinto, potentes rayos laser
colocados estratégicamente desde quién sabe a qué horas en las paredes del
auditorio comenzaron a dirigir sus ojos rojos hacia los investigadores. Todos
se veían extrañados, se oyeron algunas risitas nerviosas, como si se tratara de
una broma de muy mal gusto. Mientras, Le Corbain se colocaba con parsimonia
frente a la computadora y con una sonrisa que se antojaba de venganza, tecleaba
incesantemente…
Una
hora después, el auditorio se cimbraba con el inconfundible sonido de sirenas y
patrullas.
—¡Alerta!
¡Alerta! ¡A todas la unidades policiacas cercanas a la Plaza Vêndome, requerimos
ambulancias! ¡Sistemas de rescate esta es un alerta general! No entrar sin equipo
anti terrorista, repito, imposible entrar sin equipo anti terrorismo no se han
reportado indicios de contagio o se trate de un tipo de gas —. Se escuchó por
la radio de todas las patrullas de la ciudad la potente voz del Comandante
Pascal.
—Monsieur,
explíqueme usted ¿Cómo está eso de que los científicos muestran una conducta
extraña? —Gruñó el comandante en jefe a uno de sus subordinados— Si es tan amable de ponerme al tanto del
proceso que han realizado en este percance. Mientras decía esto, apretaba el
radio como si quisiera deshacerlo.
—Sí
mi comandante —dijo el policía en automático, acostumbrado a los arranques de
ira de su jefe—. Tal como le dije...los guardias a cargo dicen que vieron salir
a un científico, a un elegante caballero, al parecer se refieren a Monsieur
maestro Roderick Le Corbain, llevaba en
las manos una laptop, dijo algo sobre tener que cambiarla o algo así, que la
verdad no le pusieron mucha atención. Después de un rato, empezaron a salir
algunos de los asistentes y al verlos preguntaban dónde estaban, quiénes eran;
fue cuando se dieron cuenta los guardias de que algo raro había sucedido. Al
entrar, algunos se quejaron de dolores de cabeza, todos se veían entre sí como
desconocidos y ahora como lo ve usted señor, llevan así un buen rato, como
zombies.
*****
Pasadas
algunas semanas, en un poco común día de descanso, el Comandante Pascal veía
por la televisión acerca de una cura milagrosa a las personas con problemas de déficit
de atención o aquellos con incapacidad de concentración y donde se prometía que
con una aplicación de laser prácticamente se volvían genios. Es decir, que,
este tipo de “inyecciones” milagrosas eran contadas y que había que contactarse
para obtener una cita con el Doctor Roderick Le Corbain…
—…Le
Corbain —al Comandante Pascal le daba vueltas este nombre en la cabeza. ¿Dónde
lo había oído antes?
—Roderick
Le Corbain…¡Qué más da! ¿Yo qué voy a saber de esas cosas de científicos y de
investigadores? —murmuró para sí Pascal mientras mordía con hastío su pizza ya
fría y daba un sorbo de vino corriente. ¿Pero y si…pudiera lograr estudios
avanzados de criminalística con una simple “inyección”?
—Apuntaré
el teléfono por si acaso —pensó el policía en jefe mientras trataba de buscar
un trozo de papel y una pluma en unos de los cajones de su revuelto escritorio.