Alguna
gente sabe
Por Alva Daniela Escobar Juárez *
Estar indignado es amar en la más
completa obscuridad
Javier
Álvarez
En
este tramo de la línea dos del metro, en domingo, a esta hora, suben y bajan
más vendedores que pasajeros. Hoy que hace tanto calor, más que de costumbre,
agradezco que los vagones estén casi vacíos. Evitar ver a las otras personas es
necesario, como si temiéramos que hasta las miradas pudieran contribuir al
incremento de la temperatura hasta volver el ambiente asfixiante.
Después
del desfile de productos variados, acompañado de la ya común indiferencia
colectiva hacia los vendedores, entra un señor que llama mi atención. Vende
chicles, de esos que sí hacen bombas. Hace mucho que no mastico uno de verdad, pienso,
mientras la gente se mantiene estática, viendo hacia la nada. Ni un solo gesto
de interés, nadie parece preguntarse si ha vendido algo ya, si tendrá para
comer hoy, si llevará algo de dinero a casa.
Pasa
frente a mí sin notar que estoy buscando algo de cambio, pues está concentrado
en una viejecita sentada como a un metro a mi derecha. Tiene la mirada triste,
como si hubiera pasado por una vida difícil, tan vulnerable en aquel rincón. El
hombre se le acerca, saca de la bolsa de su camisa un billete de $20.00 y se lo
da: – Guárdalo madrecita, por cualquier cosa, guárdalo, anda, – le dice
mientras sonríe. Se va alejando y le hace señas de que se ven “a la vuelta”,
como si la conociera desde siempre. Ella lo guarda un poco confundida pero en
ningún momento lo rechaza, no parece haberla ofendido, solo luce desconcertada.
Lleva un suéter en buenas condiciones, su ropa no está sucia ni roída, pero tampoco
viste con nada lujoso. No se puede saber si ese dinero le hace falta más que a
él.
Me
imagino que ciertas personas de alguna manera se dan cuenta si el prójimo
necesita ayuda, como si alguien mandara un mensaje directo a Dios y este se lo
reenviara a cualquiera que estuviera cerca. A algunos nunca les llega, y si les
llega lo ignoran, han aprendido muy bien a hacerlo.
Por
fin encuentro unas monedas, pero no lo hago a tiempo, llegamos a la estación
Chabacano y el señor se baja rápidamente, no sin antes voltear a ver por última
vez a la señora, imagino que ella le regala la más dulce sonrisa. Sí, alguna
gente sabe.
·
Integrante del taller de narrativa del ITC
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