FOTOLIBERTAD 2011.

FOTOLIBERTAD 2011.
Los monstruos del bosque.
Porfirio Gómora Arrati
Aquella tarde, atrás de la casa, un gran bosque con árboles de troncos gruesos y largos, cubrían la casa con su sombra. Había nubes negras y espesas, de esas que dejan caer grandes gotas y granizos como pelotas, que si te pegan en la cabeza, no te salvas por lo menos de un chichón.

Mi abuela me dijo  -¡Güero! ¡Ve por los animales! ¡Los traes y amarras, ya es tarde, que viene el agua!- 
Siempre he sido pequeño, a los niños de mi edad los veía pa’ arriba, así que fui corriendo entre los árboles, sin  encontrar a las bestias, por lo que los seguí buscando hasta el otro lado, donde están las milpas de los vecinos. Llegué al sembradío de Don Remigio, la lluvia y las piedras de hielo golpeaban las hojas del maíz, haciendo fuertes tronidos. No se veía nada,  todo estaba borrascoso, la tierra y la hierba mojados. Era inútil, los animales no se veían entre el maizal. Aun así, camine como media parcela, en ese momento distinguí una amenazante sombra, que venía muy rápido hacia mí.
Mis pequeños ojos se abrieron enormes, no podía creer que estuviera en el camino de un engendro, que emergía de la noche sombría  y lluviosa. Sus pasos retumbaban con estruendosos ruidos, me quede paralizado del pavor, tanto que ya no sentía ni el frio de la tormenta, ni los golpes de la granizada. Ahí estaba yo, mudo e inmóvil, viendo como se acercaba aquella densa oscuridad, que resollaba y apaleaba las plantas de maíz.

Entonces, di media vuelta y corrí hacia el bosque, la negrura no me permitía ver donde iba y cada paso que daba parecía que avanzaba muy poco. Aquel enorme monstruo lo sentía cada vez más cerca. Aceleré la carrera y me caí hacia un lado, con pánico vi como pasaron dos horribles bestias inmensas muy cerca, casi pisándome los pies. De pronto vi una silueta negra y larga corriendo, que tropezó conmigo y sentí que algo muy pesado me cayó encima. Ya no aguanté más y lloré a gritos, entonces aquel ser me levantó preguntándome
-¿Quién demonios eres tú, que haces aquí?-
-Soy el Güero- le contesté llorando, mientras mis lágrimas resbalaban por mi  cara triste de apenas cinco años.  
Era el dueño de aquel maizal y muy enojado me regañó
-¡Pos ora mismo, le digo a la doña que me pague la siembra que se comieron tus vacas!-
En ese instante, a lo lejos se escuchó un trueno y una luz blanca iluminó los árboles y las bolitas de agua;  yo ya le temía a las monstruosas vacas, pero allí me pareció ver,  bajo el altar de la casa,  con las veladoras encendidas a los santos, la siniestra figura de mi abuela con la mirada fría, la cara plagada de arrugas, que irradiaba amargura, odio y furia. El chal sobre los hombros encima del vestido negro, empuñando el garrote con fuerza.
El terror que me  que inspiraba aquella anciana  fue más fuerte aún que el que pudiera darme  cualquier monstruo. Así que todavía  llorando  corrí hacia las bestias oscuras,  agarrando una rama que agite como vara  para arriar a las vacas hacia el  establo.


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